Lo que me irrita más de las mujeres es ese inmenso lugar común que son todas y cada una de ellas: no hay diferencia alguna de fondo. Ministras o empleadas del servicio, anoréxicas o gordas, intelectuales o bailarinas y, por supuesto, bailarinas intelectuales. Su deseos y objetivos, sus neurosis y caprichos, sus emociones y maquillajes, sus lágrimas y secretos. Todo lo que contiene una mujer, hasta el mínimo suspiro, ha sido empacado al vacío en la máquina de hacer mujeres creada por el hombre a la medida de sus necesidades y atributos. No hay nada único ni esencial en una mujer, es sólo un reflejo, una sombra, un elemento más del inmenso y aburrido manicomio donde el hombre languidece.

Lo que irrita más de las mujeres es que sus vidas giren, para bien o mal, en torno a un hombre. Su estúpida obsesión por mantener ese monstruoso y fallido esquema llamado FAMILIA. Me irrita que se aferren y estén dispuestas a la humillación y la angustia por dar una falsa idea de equilibrio. De cada evento con su hombre la mujer quiere hacer algo único, pero la vida no es más que repetición y mugre.

Lo que me irrita más de las mujeres es que compliquen un simple polvo furtivo: que a una sencilla revolcada la contaminen de blandos sentimientos y cursis tarjetas. Me irrita que no se lo den a todos aquellos que se lo piden, que elijan al más adecuado, que renuncien al placer por seguridad social y un tipo viendo la tele y echándose pedos en un sofá. Me irrita que desprecien al vagabundo y se entreguen al funcionario.

Lo que me irrita más de las mujeres es que sus gustos y expectativas cambian de acuerdo con el hombre de turno. Me irrita que amen el golf cuando están con un golfista y que al dejar el golfista por un físico desarrollen una inmediata fascinación por la mecánica cuántica. Es como si su mundo interior fuera un gran vacío que se llena con la basura de sueños que tenga su hombre. Me irrita la forma como toman propiedad y se convierten en la mascota de su hombre. Las horas muertas de larga espera, los suspiros, las falsas sonrisas en público y el dolor anónimo que rige sus vidas.

Me irrita que las mujeres hablen de deportes, que discutan jugadas o tácticas, que pretendan delirar con goles. La mente femenina no puede penetrar la inconmensurable estupidez que entraña cualquier deporte, incluso puede jugar muy bien algunos de ellos, pero jamás descifrarlo. Serena Williams es una fuerte jugadora de tenis, eso no significa que pueda entender el tenis. Hay algo básico, hecho de cretinidad masculina, en todos los deportes. Me irrita que una mujer me abrace porque mi equipo ganó un partido. Hay algo falso e insoportable en su abrazo. El abrazo de una mujer por un gol destruye la emoción de ese gol. Los goles fueron hechos para recibir abrazos de los amigos, exactamente como sucede en la cancha.

Me irrita que las mujeres declaren con orgullo que se entienden mejor con los hombres que con las otras mujeres. Me irrita que afirmen felices que sus mejores amigos son hombres. Ni el más idiota de los corderos pensaría que un león puede entender mejor sus problemas que otro venado. Imagina que le pasaría a un cordero que eligiera a una manada de leones como su mejores amigos.

Me irrita que las mujeres se sientan halagadas cuando alguien las elogia diciendo que son tan buenas en lo que hacen como un hombre; me irrita que se complazcan en tener al hombre como último referente, como la medida de lo que ellas pueden llegar a ser. Me irrita que sus victorias estén hechas con las migajas de los grandes fracasos del hombre: tener derecho al voto para elegir los mismos políticos corruptos que siempre han elegido los hombres; reducir sus largos vestidos de un tiempo a la minifalda y el bikini para atraer a los hombres. Inflarse las tetas con silicona hasta alcanzar el tamaño que los hombres desean. Ejercer profesiones con la misma ineficacia de los hombres: abogadas en un mundo sin ley. Médicas recetando para enriquecer a los grandes laboratorios mientras estos invierten en experimentos para reciclar en versión recargada las viejas enfermedades y crear nuevas. Economistas en un mundo arruinado y sin futuro económico…

Me irrita que las mujeres ronroneen como gatas porque un piojoso poeta de café les dijo que eran bellas e inalcanzables como la luna. ¿Acaso no han visto fotografías de la luna? Es un lugar horrible, con más huecos que la calles de Bogotá, ni siquiera es redonda y la luz que emana es un reflejo del sol (que por cierto es una entidad masculina). Y en cuanto a lo inalcanzable, basta agregar que tres putos gringos se dieron gusto allí, clavaron su bandera y se largaron sin pagar y todavía no regresan.

Lo que me irrita más de las mujeres es que piensen que la ternura y la sensibilidad son patrimonios suyos; más que sensibles diria que las mujeres son sensibleras. No he visto hasta el día de hoy a una mujer estremecerse o llorar leyendo las atormentadas líneas del Concepto de la angustia de Sören Kierkegaard pero si convertirse en inconsolables magdalenas ante cualquier grasienta telenovela.

Lo que me irrita más de las mujeres es que exhiban su fidelidad a un hombre como un atributo negándose a sí mismas el ejercicio de su potencial sexual. Me irrita que las mujeres sean fieles y pretendan fidelidad a cambio. Me irrita que las mujeres digan que hacer el amor toda la vida con la misma persona es romántico cuando todos sabemos que es un asco. Lo que me irrita más de las mujeres es que no se exciten leyendo este artículo y deseen entregarse a mí sin condiciones.

POR EFRAÍM MEDINA
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